La odisea de Buddy Guy, el último héroe del blues sureño: del delta del Mississippi a cualquier lugar donde pueda enchufar su guitarra.
Por: Rich Cohen - Rolling Stones.com.ar
El año pasado, Buddy Guy, uno de los últimos grandes del blues de Chicago, estaba de pie en medio del salón de fiestas del Waldorf-Astoria de Manhattan, donde, pocas horas después, sería declarado miembro del Salón de la Fama del Rock & Roll. Si bien Buddy es blusero hasta la médula, su obra es material de cabecera para los músicos de rock. Aun hoy pueden escucharse a lo largo del dial reminiscencias de los discos que grabó en Chicago en las décadas de 1950 y 1960: en esos temas épicos de los 70, con esos solos de guitarra que duran ocho minutos; en esas power ballads de los 80 que te dan ganas de tomarte una cerveza; y hasta en el hit de 2005 de los White Stripes. "Buddy fue para mí lo que fue Elvis para otros", declaró Eric Clapton en la ceremonia."Yo me había trazado un rumbo, y él era mi piloto."
Mientras los plomos preparaban el escenario (tenía que ensayar para la ceremonia), Buddy preguntó tiritando: "¿Podemos esperar en algún lado? Me estoy congelando".
Un guardia de seguridad condujo a Buddy y a su entorno (su representante, su encargado de prensa, su técnico de guitarras, un fotógrafo y yo) a un cuartito trasero. Allí pudo finalmente sentarse, en una silla plegable. Buddy tiene 69 años, es delgado y apuesto, y, sorprendentemente, calvo. En Chicago, durante mucho tiempo, Buddy fue conocido por su cabellera alisada a fuerza de productos capilares, un look que lo caracterizó por muchos años, incluso después de que pasara de moda, hasta convertirse en un símbolo de la ciudad, tan reconocible (para los fanáticos del blues) como la Sears Tower. Tenía la costumbre de tocar en mameluco, como señal de autenticidad rural, aunque su origen es, de hecho, urbano. Incluso de civil, como ahora, vestido con un buzo Nike, zapatos negros, medias blancas y jeans, hace pensar menos en una pick up Ford que en un auto tuneado, protegido por un cobertor. Tomó prestado el look de Guitar Slim, un bluesman de Nueva Orleáns al que admiraba en su infancia. Después de cada show, Slim salía a la calle con un traje rojo. "La gente se reía, pero a Slim no le importaba", me contó Buddy. "Sabía que tenía una pinta espectacular."
Al referirse al Salón de la Fama, usa palabras como "honor" y "emoción", pero uno se da cuenta de que, para Buddy, que creció en una época más pintoresca, no fue más que otro show en una vida de shows. Accedió a recibir la distinción y sonreír sólo para llegar al momento de tocar la guitarra, porque ésa es la hora de la verdad. No bien comenzó a hablar sobre la ceremonia, se remontó a los viejos tiempos, en Chicago, cuando sus amplias avenidas se encontraban salpicadas de juke joints, donde los negros se reunían para cantar y relacionarse. Buddy tiene el aura de un sobreviviente, el último azteca, el guardián de la memoria de un pueblo desaparecido, esos bluseros del South Side que tomaban Chivas y fumaban porro: Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Willie Dixon. "Llegué a Chicago el 25 de septiembre de 1957", me decía Buddy, cruzándose de brazos. "No tenía casa, ni trabajo, e iba por toda la ciudad con mi guitarra a cuestas. Tenía 21 años. Se venía el invierno. Estuve tres días sin comer."
Mirando a su representante, dijo: "Tres días sin comer, y ahora mi mayor problema es elegir entre mi Thunderbird y mi Ferrari".
"Quería llamar a mi mamá y que me mandara la plata para el tren de regreso a Louisiana", continuó. "Pero ni siquiera tenía diez centavos para hacer una llamada por cobrar. Cuando te atiende la operadora, te devuelve los diez centavos, pero nadie me quería prestar diez centavos. Al final, le pedí a un tipo por la calle. El tipo me mira, ve la guitarra y me pregunta: «¿Sabés tocar blues?»."
"«Más vale que sé tocar blues», le digo. El tipo me dice: «Tocate una canción». Le digo: «Toco si me comprás una hamburguesa». «Si te compro una hamburguesa, vas a perder motivación», me dice. Así que me convidó un trago de vino. Hacía tres días que no comía. Ese vino casi me tumba. Así que toqué para él, y me dijo: «Hijo de puta, sí que sabés tocar». Me llevó en su auto al Club 708, donde tocaba Otis Rush, y lo llamó y le dijo: «Ey, Otis, acá te traigo a un chico que te va a volar la cabeza». Otis dijo: «Que suba al escenario». Subo al escenario, y ahí me volví loco. Toqué como toca alguien que no comió en tres días. Alguien llamó a Muddy Waters y lo hizo escucharme por teléfono, y Muddy salió de la cama y fue para allá. Mientras tocaba, la gente me tiraba monedas de cinco y diez centavos. Alguien gritó: «¿Qué vas a hacer con esa plata?», y yo dije: «Voy a comprarme una hamburguesa». Se rieron, pero yo no entendía qué era tan gracioso. Entonces vino un tipo y me palmeó la cabeza, y me dijo: «Me llamo Muddy Waters, y nunca te vas a olvidar de mí». Me preguntó adónde quería ir. Le dije: «Donde quiera que haya una hamburguesa». Me llevó a su casa y me hizo un sándwich de salami."
Fever
Mientras hablaba Buddy, se produjo un tumulto en la puerta, y entró un hombre de anteojos. El encargado de prensa me codeó y me dijo: "Es Eric Clapton". Junto con B.B. King, Clapton le franqueó la entrada a Buddy en el Salón de la Fama. Clapton y Buddy se conocen desde hace años. Tocaron en el Alpine Valley Music Theater de Wisconsin con Stevie Ray Vaughan, en el que resultó ser el último show de Vaughan. Poco después del bis ("Sweet Home Chicago".), murió al estrellarse el helicóptero en el que viajaba. "La niebla estaba tan espesa", contó Buddy, "que el piloto tuvo que limpiar el parabrisas con su propia camisa". Clapton se paró para la foto junto a Buddy, pero yo interpreté lo que su gesto quería decir: que en realidad su vida había comenzado en 1965, cuando vio por primera vez a Buddy en el Marquee de Londres. "Hacía todo lo que después uno asoció con Jimi Hendrix: tocaba con los dientes, con los pies, detrás de la espalda", contó Clapton más tarde. "Cada vez que lo veo, me desarmo, y vuelvo a ser el mismo adolescente fascinado."
Once de la mañana. Clapton y Guy ensayaban sobre el escenario del Waldorf, rasgueando sus guitarras, junto a B.B. King, sentado en una silla ante un micrófono. King, un hombretón enorme, saludó a Buddy con una sonrisa: "George Guy", le dijo. Fue uno de los primeros modelos de Buddy. Buddy me contó cómo se conocieron. B.B. había ido a un club en el que tocaba Buddy, quien lo imitaba al detalle. Luego, Buddy se disculpó: "Perdoname, no tengo nada propio. Por eso toco cosas tuyas".
King le respondió: "Yo también toco cosas de otros, Buddy. Todos sacamos cosas de otros".
En la ceremonia, la banda del Late Show With David Letterman acompañaría a los guitarristas. Paul Shaffer debía dirigirla, y tocar el órgano. Buddy miró a la banda, y le dirigió rápidamente unas palabras. Esto es lo que el joven Clapton tomó de Buddy: no sólo el sonido, sino también la autoridad del hombre de la guitarra. Cuando llegó el momento de su solo, uno se daba cuenta de que no importaba que fueran las 11 am, ni que fuera un ensayo. Buddy estaba en ese espacio sagrado que se había hecho con su música, los dedos deslizándose rápidamente, y las notas suspendidas alrededor de él. En un momento dado, tocó una nota que sonó como el aullido de un generador que se apaga dejando a la ciudad sumida en una espesa oscuridad, y a merced de los saqueos.
A diferencia de tantos otros, Buddy nunca se encasilló en el estilo que lo hizo famoso. Se ha reinventado a sí mismo, volviéndose cada vez más atrevido con los años. Su último disco, Bring ‘Em In, cuenta con participaciones de Carlos Santana, Tracy Chapman, y su más reciente socio, John Mayer. "Sigo escuchando a los jóvenes, tratando de robarles cosas, intentado mantener el blues con vida", me dijo Buddy. "Cada vez que agarro la guitarra, digo: «Señor, por favor, dejame tocar algo nuevo que no haya tocado antes»."
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