En el waldorf, buddy tocó con una Stratocaster blanca con lunares negros. También tiene una Stratocaster negra con lunares blancos. Todas sus guitarras tienen grabado el número 92557 [25 de septiembre de 1957], la fecha en que Buddy llegó a Chicago. También había llevado su Stratocaster de 1958; era la primera vez que la llevaba de gira.
La Stratocaster del 58 reemplazó a la guitarra que originalmente había llevado cuando se fue de casa, una Stratocaster del 57 que le robó un vecino. Para Buddy, ninguna guitarra puede imitar el sonido de una vieja Stratocaster, porque "las guitarras viejas son como los autos viejos; ya no los hacen de la misma manera". Luego del robo, Buddy temió que nunca pudiera reemplazarla. Pero una noche, un chico fue a verlo a un club con una Stratocaster del 58 para que la firmara. "No quiero firmarla", dijo Buddy. "Quiero comprarla". A cambio, Buddy le dio al chico 150 dólares, una de sus guitarras a lunares hechas a medida, y una botella de coñac que Buddy llama "Connie".
En parte se debe a Buddy que, cuando uno piensa en el clásico guitar hero del rock, se lo imagine con una Stratocaster. Clapton declaró que compró su primera Strato después de ver tocar a Buddy. En el libro Hendrix: Setting the Record Straight, Eddie Kramer, un ingeniero de sonido, relató que Jimi Hendrix tocaba una Stratocaster porque era el modelo que tocaba Buddy Guy.
Una tarde, seguí a Buddy por el Waldorf. Mientras atravesaba los salones cuya perfecta simetría podría volver loco a cualquiera, la gente le palmeaba la espalda. A veces equivocaban su nombre. "Mirá, es Bo Diddley". "Uy, está B.B. King". Pero, aunque no lo sepan, tienen razón. Buddy es Bo Diddley. Buddy es B.B. King. Buddy es cualquiera que haya tocado blues. Un provecto estadista, sereno y reflexivo, el hombre que vivió una alocada juventud y logró sobreponerse a ella.
Los 50 fueron extraños y eléctricos. Los 60 fueron lisa y llanamente locos. (Buddy contó que solía comprar porro, para que Hendrix y Clapton se lo fumaran y quedaran desmayados, así él podía llevarse sus chicas a su cuarto. "Hoy en día, cuando veo una pendeja linda, sonrío", me contó. "Parezco un viejito bueno, pero en realidad estoy pensando: «Si te hubiera conocido en el 68, te habría echado un polvo»".) Los 70 fueron un mal momento, demasiados amigos murieron, y la gente nueva del ambiente a duras penas conocía a Buddy. Cuarenta días en el desierto. Cuarenta millas de camino defectuoso. Se refugió en el bar que regenteaba en el South Side de Chicago, el Checkerboard Lounge. Dos dólares la entrada, dólar cincuenta las bebidas. Tenía una guitarra detrás del mostrador. A los que se creían buenos, los desafiaba. Los 80 no fueron muy propicios para los visionarios, pero en los 90, comenzó a sentirse el tremendo impacto de la obra de Buddy. El tiempo lo había rescatado de la marginalidad, incorporándolo a la tradición. Lo único que quedaba de ese joven sedicioso eran su característico sonido y sus prodigiosas acrobacias con la guitarra. Su transición hacia la madurez ha sido extrañamente exitosa. Se lo ve iluminado y desapegado de sí. No le importa si la música la hace él, lo único que quiere es que se haga música.
Los 50 fueron extraños y eléctricos. Los 60 fueron lisa y llanamente locos. (Buddy contó que solía comprar porro, para que Hendrix y Clapton se lo fumaran y quedaran desmayados, así él podía llevarse sus chicas a su cuarto. "Hoy en día, cuando veo una pendeja linda, sonrío", me contó. "Parezco un viejito bueno, pero en realidad estoy pensando: «Si te hubiera conocido en el 68, te habría echado un polvo»".) Los 70 fueron un mal momento, demasiados amigos murieron, y la gente nueva del ambiente a duras penas conocía a Buddy. Cuarenta días en el desierto. Cuarenta millas de camino defectuoso. Se refugió en el bar que regenteaba en el South Side de Chicago, el Checkerboard Lounge. Dos dólares la entrada, dólar cincuenta las bebidas. Tenía una guitarra detrás del mostrador. A los que se creían buenos, los desafiaba. Los 80 no fueron muy propicios para los visionarios, pero en los 90, comenzó a sentirse el tremendo impacto de la obra de Buddy. El tiempo lo había rescatado de la marginalidad, incorporándolo a la tradición. Lo único que quedaba de ese joven sedicioso eran su característico sonido y sus prodigiosas acrobacias con la guitarra. Su transición hacia la madurez ha sido extrañamente exitosa. Se lo ve iluminado y desapegado de sí. No le importa si la música la hace él, lo único que quiere es que se haga música.
George "buddy" guy nacio el 30 de julio de 1936 en una casucha sin electricidad ni agua corriente, en un pueblo llamado Lettsworth, en Louisiana, sobre el Mississippi, al norte de Baton Rouge y a pocos kilómetros de Angola, una prisión estatal ubicada junto a una curva del río. Buddy trabajaba en los campos con sus padres, que eran aparceros; una labor que lo conecta con el mundo brutal de los primeros músicos de blues. Negros recolectores de algodón, como un cuadro en un museo, un lejano cielo rojo, hombres estremeciéndose bajo una pesada carga. El blues es la música de esos campos; el blues eléctrico es la vida que esa música debió sobrellevar en la ciudad.
Los viernes y los sábados a la noche, Buddy iba a escuchar música a los juke joints de los embarcaderos, en los que los hombres llevaban amuletos vudúes de la buena suerte, y los locos tomaban Sterno filtrado en un pañuelo. Más adelante, volvió a escuchar la misma música en grabaciones y en la radio. Lightnin’ Hopkins, o T-Bone Walker, o Muddy Waters. La guitarra hablaba como con voz humana, los acordes se arrastraban, al deslizar una botella de Coca-Cola sobre el mango de la guitarra, fragmentos de palabras que caían desde el cielo.
Cuando tenía 6 años, Buddy construyó con sus propias manos su primera guitarra. "Saqué unos alambres del mosquitero de mamá", me decía. "Hice la guitarra con una lata [de insecticida]. Le hice un agujero en la parte de adelante, y le até unos alambres para que sonara como una guitarra." Solía tocar sentado en el porche. Una tarde, un hombre que venía caminando por la calle le dijo: "Apuesto que si tuvieras una guitarra de verdad, aprenderías a tocar".
Buddy dijo que sí, que aprendería.
"Bueno, estate acá este viernes", dijo el hombre. "Así que ese viernes el tipo me dijo: «Voy a comprarte una guitarra». Fui al centro con él, y me compró una Harmony F-hole."
Buddy hizo una pausa y dijo. "Acabo de mandar esa guitarra al Salón de la Fama."
Este hombre es el primero de una serie de desconocidos que aparecen en el relato de la vida de Buddy. Ya sea el tipo que le compró su primera guitarra, o el que lo llevó en su auto al Club 708 en Chicago, una y otra vez, en un momento clave, siempre intervino un desconocido. Esto le confiere a su historia un halo de predestinación. Como si hubiera sido cosa del destino. Como si hubiera estado escrito. "Yo creo que venimos al mundo para algo, no solamente para pasar una temporada", me confió Buddy. "Yo recibí un don. Creo que me lo dio Dios. Yo vine al mundo para ser exactamente lo que soy."
Cuando Buddy tenía 16 años, le pidieron que hiciera una audición para Big Poppa, un cantante de blues de 120 kilos, cuyo verdadero nombre era John Tilley. Cuando subió al escenario, estaba tan nervioso que se paralizó, y tuvieron que bajarlo como a una estatua. Meses después, obtuvo una segunda oportunidad.
Aquella vez, sus amigos le hicieron beber tanto alcohol que todas sus inhibiciones se desvanecieron. Le dieron el trabajo, que resultó ser un entrenamiento indispensable. Fueron meses de gira, tocando para públicos aficionados a la bebida. Obtuvo un empleo como portero en la Louisiana State University. Después del trabajo, recorría los cafés. Tocó con algunos de los viejos maestros: Lightnin’ Hopkins, Lazy Lester, Slim Harpo. "La música de guitarra y armónica no daba mucha plata", me contó Buddy. "Uno tocaba para divertirse. Tocaba y tomaba. La gente tiraba monedas de uno y diez centavos adentro de un sombrero, y el guitarrista decía: «Si tenés suficiente, comprate una botella». Eso era todo lo que se sacaba."
Aquella vez, sus amigos le hicieron beber tanto alcohol que todas sus inhibiciones se desvanecieron. Le dieron el trabajo, que resultó ser un entrenamiento indispensable. Fueron meses de gira, tocando para públicos aficionados a la bebida. Obtuvo un empleo como portero en la Louisiana State University. Después del trabajo, recorría los cafés. Tocó con algunos de los viejos maestros: Lightnin’ Hopkins, Lazy Lester, Slim Harpo. "La música de guitarra y armónica no daba mucha plata", me contó Buddy. "Uno tocaba para divertirse. Tocaba y tomaba. La gente tiraba monedas de uno y diez centavos adentro de un sombrero, y el guitarrista decía: «Si tenés suficiente, comprate una botella». Eso era todo lo que se sacaba."
Buddy se sentía perdido en Louisiana. En septiembre de 1957, decidió irse a Chicago, por varias razones: porque ahí vivían todos los grandes del blues; porque allí era donde se acuñaba el futuro; y porque era la última parada del ferrocarril. Subió a un tren llamado City of New Orleans, que lo llevó a emprender una travesía de 48 horas por la columna vertebral de los Estados Unidos. El tren se puso en marcha, y Buddy vio por la ventanilla cómo los lugares de su infancia iban quedando atrás. A la noche, cuando todos dormían, él se quedaba entre un vagón y otro, mirando el paisaje. "El tren atravesó todo el estado de Mississippi por el bosque", me contó. "Yo había estado cerca de los límites estatales, pero nunca los había cruzado, y no conocía ningún otro estado, y miraba las vías, y no sabía si iba a volver o no. ¿Sabés? Veo eso cada vez que cierro los ojos."
Buddy me conto todo esto en el Buddy Guy’s Legends, el club de blues que abrió en Chicago en 1989, luego de que el Checkerboard cerró. Cuando abrió, el Legends estaba un poco demasiado al norte para los aficionados, y un poco demasiado al sur para los turistas, aunque la zona se ha ido aburguesando. Seguro, y aun así, descarnado. Allí es donde te manda el conserje del hotel si le decís que querés ver blues de Chicago. Todos los años, en enero, Buddy hace dieciséis shows en el club.
Buddy Guy’s Legends |
Cuando no está tocando, está en el bar, con una botella de Connie, y saluda a la gente cuando llega. Al darle la mano, uno siente que entra en contacto con toda la tradición: Muddy Waters, Robert Johnson, Son House. El Legends es cavernoso, con una larga barra de madera. La mayoría de las noches, el público es casi exclusivamente blanco, como lo es la mayoría de los fanáticos del blues. (Eso era justamente lo que quería Buddy cuando puso su club en esa zona.) Es terrible para los viejos músicos de blues ver su música, que otrora fuera un arte lleno de vida, convertirse en una pieza de museo. Buddy inició su carrera sobre los escenarios junto a Son House y Howlin’ Wolf. Ahora la concluye con John Mayer y Paul Shaffer. Esa es la historia del blues.
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